El Universo de Ani

Cuentos

MARIPOSAS BLANCAS


Un cuento sobre la amistad



A Claudia no le gustaba mucho ir a la escuela. Le bailaban los números y las letras en la cabeza. Mientras la señorita Julia daba explicaciones delante de la pizarra, ella se iba lejos, muy lejos, al mundo donde todo es posible, al mundo de la imaginación.


A veces, la maestra la traía, bruscamente, de nuevo al aula.


—Vamos a ver si Claudia resume lo que acabo de decir... ¡Claudia!


Y regresaba a su silla y a su clase, se quedaba muda ante las miradas expectantes de sus compañeros.


—Claudia, ¿cómo tengo que decirte que prestes más atención? Mara, ¿sabes tú la respuesta?


Mara se estiraba orgullosa y recitaba lo que la profesora quería oír.


Claudia respiraba aliviada al ver que, afortunadamente, dejaba de ser el centro de atención.


De ciento en viento iban a la biblioteca y Celia, la bibliotecaria, les contaba un cuento. Claudia la escuchaba embelesada. Después les dejaba leer los libros que había desplegado para ellos en la mesa grande del centro de la sala.


Los viernes, al final de la jornada, la maestra anunciaba: "Ahora podéis coger vuestros blocs de dibujo". Por fin, podía dibujar tranquilamente, sin tener que esconderse; porque solía dibujar a escondidas en cualquier papel que le cayera en las manos, o en el borde de los libros y los cuadernos.


Así transcurrían las semanas, sin grandes sorpresas. Pero ocurre que, cuando menos lo pensamos, la vida da un giro inesperado y lo que parecía ser para siempre cambia de repente.


Un día se abrió la puerta de clase y apareció la directora acompañada de una niña que nadie conocía.


—¡Buenos días!, Julia. ¡Buenos días!, chicas. Os presento a María. Estará con vosotras este curso.


A Claudia le dio un vuelco el corazón. Sabía perfectamente cómo se sentía María siendo el foco de atención de todas las miradas. Estaba tan absorta mimetizada con el sentir de su nueva compañera que casi no escuchó a la profesora cuando dijo: "¡Bienvenida, María! ¡Mirad qué bien! Ahora seremos pares. Claudia, María se sentará a tu lado".


Y María pasó a ocupar la silla, hasta ahora vacía, junto a Claudia. Y así, en unos segundos vio cómo María se iba acercando y se sentaba junto a ella.


Se le iluminó la mirada, se le iluminó la clase, se le iluminó la vida.


La escuela le parecía un lugar nuevo. ¿Cómo no se había dado cuenta antes? Las ventanas eran ventanales, los árboles del patio más altos y la señorita Julia más amable.


Las dos niñas se hicieron inseparables. En clase intercambiaban miradas cómplices, en el recreo jugaban juntas… lo mejor de todo era que su amistad se extendía mucho más allá de los muros de la escuela.


Muchos días, al terminar las clases y durante los fines de semana, se juntaban en casa de la una o de la otra.


Su lugar favorito no era el patio de recreo, ni la casa de ninguna de las dos. Su lugar favorito se encontraba a las afueras del pueblo.


Era un paraje salpicado de almendros, testigos de que en otro tiempo había sido un campo de cultivo.


Claudia y María se sentaban a la sombra de algún árbol, trepaban a lo alto de las ramas o se tumbaban en la hierba a contemplar las nubes.


Cuando llegó la primavera, el rincón de las niñas se llenó de vida: flores de almendro, flores silvestres azules, moradas, blancas, amarillas...; mariquitas con lunares, molestos mosquitos y una colonia de mariposas blancas que revoloteaba aquí y allá.


Claudia y María jugaban a quedarse inmóviles como estatuas, para que las blancas invitadas se posasen en sus hombros o en sus cabezas. Y cuando la magia ocurría, aquietaban aún más sus cuerpos, para que las mariposas confiadas prolongasen el regalo de su caricia leve.


Pasó la primavera, pasó el verano y con el otoño llegó la noticia: el papá de María, por motivos de trabajo, había sido trasladado a una ciudad. Toda la familia iba a mudarse de inmediato.


La tarde antes de la partida, las dos amigas fueron al campo de los almendros, así María podría despedirse del lugar. Estando allí sentadas en la rama de un árbol, Claudia dijo: "¿Sabes qué?, María, siempre que vea una mariposa blanca me quedaré muy quieta y pensaré que eres tú que vienes a estarte un ratito conmigo.”


Maribel me inspiró este cuento. Lo dedico a mis amigas y amigos del alma. Gracias a todos ellos por ser esos bellos espejos en los que mirarme, por su presencia, sus palabras, su mirada y su compañía.


Maribel me inspiró este cuento. Lo dedico a mis amigas y amigos del alma. Gracias a todos ellos por ser esos bellos espejos en los que mirarme, por su presencia, sus palabras, su mirada y su compañía.



Ana P Herraiz Pérez