El Universo de Ani

Cuentos

QUICO


un gatito doméstico


Quico era hijo de una gata vagabunda. Pili y Marcelo lo rescataron enternecidos, temiendo por su vida, cuando era tan pequeño que cabía en la palma de la mano. Pero eso Quico ya no lo recuerda. Sus recuerdos no van más allá de su casa, su patio, su caseta de trapo y, sobre todo, el desván. Sólo él tiene acceso a esta parte de la casa y allí es dónde se refugia siempre; cuando se siente meditativo o cuando simplemente quiere estar solo.


Quico creció sin que nada le faltase: ni el calor de la lumbre, ni el calor del cariño de sus amos. A pesar de todas las atenciones que recibía, una irresistible curiosidad le impulsaba a intentar escaparse siempre que veía la puerta de la calle entreabierta. Ocurrió que en un descuido salió en estampida de la casa, una noche del mes de abril ¡Qué felicidad!, sentir el aire fresco y echar unas carreras investigando el barrio. Y en esas estaba cuando una gata blanca se le acercó curiosa.


-¡Hola! Tú eres nuevo por aquí ¿De dónde vienes?


-Vivo allí abajo en aquella casa que tiene unos tiestos en la puerta.


-¡Ah…! Entonces, tú eres un gato doméstico.


-¿Qué significa exactamente gato doméstico?-preguntó Quico.


- Pues es muy fácil: Un gato que vive con los humanos.


-¿Es que tú no tienes amos?


- ¡ Qué va ¡ Yo siempre he vivido en la calle. Tiene sus inconvenientes, pero no me va tan mal.

Por cierto, ¿has cenado ya?


- La verdad que no y con tanto correr me ha entrado hambre ¿Vas a compartir tu platito de pienso conmigo?


-¿Platito de pienso? ¡Huy!, amigo mío, yo no tengo plato y menos aún pienso.


Y así fue como Quico recibió la primera lección: ”Cómo cenar en la calle”.


Estuvieron dando vueltas buscando algo para comer, pero los vecinos no habían sacado la basura todavía, tal como tenían por costumbre, a la puerta de la casa. Suerte que Raspa –así se llamaba la gata- se las sabía todas.


-¿Ves aquella puerta verde? Ahí viven dos niños a los que no les gusta demasiado el pescado, así que muchas veces encuentro entre su basura sardinas o boquerones. Vamos a escondernos detrás de esa piedra a ver si tenemos suerte –propuso Raspa.


Y, en efecto, cuando el ama de la casa sacó la bolsa dentro había dejado salmonetes. Nuestros amigos se los zamparon en menos que canta un gallo.


- ¡Vamos a divertirnos un poco! ¿Has ido alguna vez a perseguir ratones?


-Tan solo una vez que se coló uno en mi casa ¡Fue genial!


-Sígueme y verás.


Justo en el momento que Quico casi atrapa un ratón resuenan unos ladridos atronadores cada vez más y más cerca.


- Ese que se oye es Tizón un perro con muy malas pulgas ¡Corre! ¡Vámonos!


Los dos amigos se pusieron a salvo en lo alto de una tapia y a Tizón, aburrido de ladrar, no le quedó mas remedio que irse de muy mal humor, al no haber podido alcanzar a los gatos. Esta fue la segunda lección: Los peligros de la calle.


- Mira, Quico, creo que con este susto ya hemos tenido bastante. Lo mejor será no salir de nuestros dominios ¡Vamos a saltar por los tejados!


Anduvieron dando saltos de tejado en tejado. Desde allí arriba se sentían los reyes del barrio podían disfrutar de unas vistas increíbles o contemplar la luna y las estrellas. Ahí va la tercera y última lección: Si eres un gato callejero más te vale andar por los tejados.


Ya amanecía, exhaustos, acurrucados los dos, formando una rosquilla, se quedaron dormidos. Así los encontraron los angustiados amos de Quico, que habían madrugado para reanudar la búsqueda, en el rincón de un patio derruido, al abrigo de un rayo de sol.


Marcelo agarró a Quico con mucho cuidado. Raspa se despertó y desapareció en un santiamén. Lo último que quería es perder su libertad.


Quico regresó a su casa, a su patio, a su caseta de trapo y al desván. Era feliz así. Al fin y al cabo era un gato doméstico. Todo volvió a ser como antes, o al menos eso es lo que creían Pili y Marcelo.


La verdad es que Quico descubrió que la ventana del baño solía quedarse abierta. Ese pequeño espacio se convirtió en el cómplice de sus salidas. Todas las noches, después de que Pili y Marcelo se fuesen a dormir, él se escapaba sigiloso y corría hasta el tejado en el que Raspa lo esperaba, para juntos seguir corriendo aventuras gatunas como bien podéis imaginar.


Este cuento está inspirado en Quico, un gatito que vive en La Rioja muy feliz con mis amigos Pili y Marcelo. Dos músicos amantes de los animales y, especialmente, de los gatos. Yo siempre fui más amiga de los perros, sin embargo he tenido la suerte de conocer a preciosos gatitos gracias a mi madre y a mis hijos. Ahora me parece igual suerte y privilegio tener un gato que un perro. De hecho creo que, si te lo puedes permitir, lo mejor es tenerlos a los dos.



Ana P Herraiz Pérez