El Universo de Ani

Cuentos

Anita Pupitas

AUTOBIOGRAFÍA CRÍTICO-CARIÑOSA
EN VERSO Y EN PROSA

En diciembre nació Anita
al calor de sus papás,
abuelos, tíos, hermana
y toda la vecindad.

El parto fue en un suspiro,
tenía prisa por llegar,
no sé si por los turrones
o un villancico cantar.

“Aguanta un poco, María,
-decía la abuela Carmen-
que venga la comadrona
a ayudarnos en el trance”

Pero nuestra amiga Anita,
que no quería esperar
se presentó en la salita
en menos de un pispás.

¡Qué hermosota, qué sanota,
qué fuerte! ¡Y cómo lloraba!
“¡Si va a despertar a todos
y estamos de madrugada!”.

Aquel invierno, la niña
lo pasó bien arrullada
en brazos de la familia,
en compañía de su hermana.

Crecía fuerte y feliz,
simpática y ocurrente.
Le gustaba hacer reír
y cantar para la gente.

Pero no se sabe cómo
se volvió un poco huraña
y, solitaria, en la escuela
parecía una niña extraña.

No cantaba a las vecinas,
no bailaba en el portal.
Uno de sus pasatiempos
era despierta soñar.

No jugaba ni a la comba,
ni a la goma, ni a pillar.
La verdad, tenía miedo
de que le saliera mal.

Pobre Anita, sin saberlo
desaprendió a disfrutar
y lamentaba su suerte
y su mucha soledad.

Se ofendía con frecuencia
o se ponía a llorar.
Y con estas actitudes
preocupaba a sus papás.

“¡Hay que ver qué exagerada!”,
se quejaba su mamá.
“¡A llorar al cementerio!”,
le decía su papá.

Hasta que, por fin, Anita
un día atinó a entender
que, en el fondo, pretendía
hacerlo todo muy bien.

Se dijo con decisión:
“Basta de tanta exigencia,
no seas tu peor juez,
trátate con indulgencia”.

Empezó a perder el miedo,
a escribir, a dibujar,
a montar en bicicleta,
a bailar y a cocinar.

Y nada sale perfecto,
pero lo pasa muy bien.

Con alegría comenta:
“¡El resultado da igual,
yo realmente lo hago
para poder disfrutar!”


VERSIÓN EN PROSA



Pupitas vino al mundo una fría madrugada de diciembre. Eso sí, al calor del amor de su familia. Tenía mucha prisa por llegar, quizá con la ilusión de escuchar los villancicos. La abuela le decía a su mamá:” Aguanta un poco, María, que la comadrona ya está avisada”. Pero Anita, que no quería esperar más, se presentó sin comadrona ni médico, ni nada. Y fueron su papá y sus abuelos los que ejercieron de personal sanitario. Todos dijeron al verla: “¡Qué niña tan fuerte, hermosota y sana! ¡Y cómo llora la condenada!”



Así que aquel invierno, Anita, lo pasó felizmente acunada por los amorosos brazos de sus familiares.



Al principio crecía muy feliz. Era alegre y simpática. Le gustaba hacer reír, cantar y bailar para la familia y los vecinos. Pero no se sabe por qué se volvió un poco huraña. Le preguntaban:” ¿Cómo es que ya no cantas?” Ella respondía invariablemente:” Mi madre no quiere que me haga famosa.”



Se volvió un poco llorica. En casa en lugar de llamarla “Gorgojo”, le decían “Sarmiento llorón.” No quería jugar a la comba, ni a la goma, ni a pillar.



Anita Pupitas, poco a poco, se olvidó de disfrutar. Con frecuencia se ofendía y lloraba sin motivo aparente. Sus padres estaban un poco abrumados con esa actitud. La mamá decía:” ¡Hay que ver que niña tan exagerada!”. Y el papá: “¡A llorar a la puerta del cementerio!”



Observando lo que le estaba pasando descubrió que tenía miedo de no ser lo suficientemente buena, de equivocarse o de no saber hacer todo bien. Se dio cuenta de que las cosas unas veces nos salen mejor que otras; eso no nos quita ni nos da ningún valor. Lo mejor es aprender y disfrutar mientras las hacemos; el resultado es lo de menos. Empezó a hacer lo que de verdad le gustaba, sin pretender que todo fuese perfecto. Volvió a ser más alegre, menos quejita y, sobre todo, menos llorona. Y no podéis imaginar lo bien que se lo pasa: baila, canta, escribe, dibuja, teje...¡No para! Y si algún perfeccionista la critica , ella le contesta con una sonrisa:”¡Qué más da! La vida está para disfrutar.”

Ana P Herraiz Pérez








Doy fe de que esta historia es muy fiel a la realidad

Subir